Pasaron varios años desde que leí “La sociedad decente”, un libro donde el filósofo israelí Avisahi Margalit ensayaba una tesis ética que hacía pie en el advenimiento de las sociedades afectadas por la irrupción del neoliberalismo. Una sociedad “decente”, señalaba Margalit, es aquella “cuyas instituciones no humillan a las personas sujetas a su autoridad, y cuyos ciudadanos no se humillan unos a otros”. Y diferenciaba lo decente de lo justo. Lo justo encerraba –para él- una utopía de cumplimiento prácticamente imposible. Lo decente, en cambio, remite a lo honrado, lo recto, lo que no admite conductas ilícitas o moralmente reprobables. El profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén advertía entonces sobre los riesgos de convivir en una sociedad “indecente”, aquella que humilla a sus ciudadanos más desvalidos, fundamentalmente haciendo como que no los ve, como que no advierte su presencia en los convulsionados paisajes sociales contemporáneos. Es más, quienes humillan a esos ciudadanos más débiles, “preferirían que estos no existieran”.
En esta articulación entre la política, la ética y la moral podemos ubicar las marchas “libertarias” de las nuevas y extremas derechas. En las novedosas experiencias de producción de sentido, una multitud de sujetos conservadores y rabiosos no solamente hace como que no ve a sus semejantes. Ha decidido matarlos. Porque prefiere que no existan. Porque sobran personas en este mundo. Porque esta se ha vuelto una sociedad inclemente. Homicida. Carnívora, como le llamaba Marcuse. Y aquel pensador que había participado de los agitados días del París del 68 llamaba “libertarios” –vaya paradoja- a los socialistas humanistas. Los “libertarios” colonizados por la violencia neoliberal marchan hoy (justamente un 17 de agosto) para afrentar la voluntad popular, contribuir al desgaste de un gobierno electo y ensayar prácticas sacrificiales salvajes. Gana la calle cuando la decisión de hacerlo asume la decisión de tomar un riesgo con absoluto desprecio por su resultado. Un ensayo de furibundo dolo eventual frente a la muerte.