Por Eduardo Luis Aguirre

En una recordada entrevista que le realizó para radio Canadá el periodista Claude Lanzmann, que fuera reproducida hace algunos años por el Canal Encuentro, Jean Paul Sartre definía lo que, en su visión, significaba ser un intelectual (*). En esa misma oportunidad (meses antes del mayo francés), ensayaba una aclaración previa y luego una diferenciación categórica que intentaremos revisar y poner en tensión,  para reconocer con mayor fortaleza, paradójicamente, la densidad teórica de esas declaraciones alrededor de un punto nodal que sigue siendo un territorio en disputa en la Argentina.



La advertencia introductoria sartreana apuntaba a reconocer las dificultades que en, en general, existían en su época para caracterizar la figura del intelectual.

La diferencia que establece, y que es menester evocar en este momento, dado que el reportaje data de más de medio siglo pero conserva una extraordinaria vigencia, estriba en los distintos roles que deben cumplir los intelectuales según su situación objetiva y su ubicación en el mundo. El denominado “padre del existencialismo” distinguía al intelectual europeo de los intelectuales del Tercer Mundo. En estos últimos espacios que podríamos denominar “excéntricos” (para caracterizar a la Argentina de la misma forma en que lo hace Jorge Alemán), el intelectual debía tener como principal objetivo “servir al desarrollo de su país”. En consecuencia, ello implicaba ponerse a disposición del gobierno y del partido (debe entenderse, ubicándonos siempre en el contexto histórico en el que se produce el diálogo, que Sartre se refiere de esa manera a las diversas formaciones políticas que luchaban por la liberación de los pueblos desde el poder institucional). En esa entrega irrestricta, el intelectual debía necesariamente posponer sus aspiraciones individuales en correlato con un objetivo común, universal, superador en tanto colectivo. Lo expresa mediante una metáfora sutil: “Ser profesor aún si lo que desea es escribir”. Claramente, para Sartre el rol del intelectual es un rol de compromiso teórico, de entrega política y de profunda generosidad. Pero también consiste en advertir las contradicciones más profundas.

Los matices específicos de los intelectuales de los países subalternos se exhiben más nítidamente aún, paradójicamente, cuando el existencialista describe al intelectual europeo, justamente porque en este último recorrido aporta elementos siempre susceptibles de ser pensados con abstracción de la relación con la sociedad a la que el intelectual pertenece y a los diferentes tipos de estados existentes. Sartre ensaya aquí algunas categorías que, analizadas detenidamente, nos proporcionarían herramientas sumamente útiles para comprender los intelectuales orgánicos contemporáneos en la argentina y distinguirlos de los burócratas conservadores ocupados de la gestión de la cosa pública, nomenclatura ésta sobre la que fatalmente volveremos. Esta ocupación no es una anomalía. Es el producto de una hegemonía cultural que el Consenso de Washington y el neoliberalismo han logrado en el mundo. Loa intelectuales críticos, en ese nuevo magma, brillan por su ausencia y los estados han optado por susitutirlos por “gestores”. La racionalidad gestiva -y un desprecio consecuente e impescindible de la teoría- han posibilitado que los gobiernos se transformen en meros reproductores de un estado de cosas, que sus gestores no alcancen a entrever las contradicciones de las que nos hablará Sartre y que en ese marco de alienación lleguen a convencerse que la administración diaria del estado constituye una fortaleza valorable. Veamos si no. En un tramo específico de sus reflexiones, Sartre explica: “En Europa estamos en una sociedad capitalista llena de contradicciones, y un intelectual es otra cosa. Primero, hay que saber dónde se lo recluta. Y se lo recluta en lo que podemos llamar “el grupos de técnicos del saber”. El saber práctico. Entendiéndose por eso los profesores, los científicos, los investigadores, los ingenieros, los médicos, los escritores. Pero en este campo, no es suficiente con hacer su trabajo para ser un intelectual. Un intelectual aparece a partir del momento en que el ejercicio de este oficio hace aparecer una contradicción entre las leyes de ese trabajo y las leyes de la estructura capitalista. Digamos que cuando el científico que necesariamente tiene una relación con lo universal, ya que lo que busca son las leyes, al darse cuenta que esa universalidad ya no existe en el mundo, que ya no encontraremos más conceptos universales, sino que, al contrario, encontraremos clases opuestas, que no tienen el mismo status ni la misma naturaleza, que el humanismo burgués que se pretende universal es en realidad un humanismo de clase. En ese momento, si encuentra esa contradicción, el científico la encuentra la encuentra en sí mismo. A pesar de los conceptos burgueses que él mismo tiene por haber sido educado e instruido por los burgueses, al mismo tiempo él siente que su propio trabajo lo conduce a esa idea de universalidad que es contraria a la de los burgueses y, en consecuencia, a la naturaleza de su propia constitución, es entonces cuando se convierte en un intelectual. En otras palabras, un científico nuclear no es un intelectual. Es un científico en la medida que hace sus investigaciones nucleares. Si el mismo científico, llevando a cabo sus investigaciones nucleares, se da cuenta que mediante su trabajo va a posibilitar la guerra atómica, y si denuncia esto, es porque lo siente como una contradicción. Él hace lo universal en la medida que estudia la física nuclear y crea la posibilidad de un conflicto singular, precisamente porque su trabajo puede utilizarse a los fines de la guerra. Si al mismo tiempo, como ha sucedido a menudo, cierto número de científicos nucleares se reúnen y declaran que no quieren que sus trabajos se usen para esos fines, ellos viven su propia contradicción. Si denuncian esa contradicción exterior, yo digo que son intelectuales. En esa condición, como vemos, el intelectual tiene un doble aspecto. Es a la vez un hombre que hace determinado trabajo y no puede dejar de ser ese hombre. Tiene que hacer ese trabajo porque no es en el aire que él descubre sus contradicciones. Es en el ejercicio de su profesión. Y (si) al mismo tiempo denuncia estas contradicciones, a la vez en su propia interioridad y en el exterior, porque se da cuenta de que la sociedad que lo ha construido, lo ha construido como un monstruo. Es decir, como alguien que custodia intereses que no son los suyos. Que son opuestos a los intereses universales. En ese momento es un intelectual. Y en consecuencia, denuncia esta doble contradicción. Y la denuncia. La denuncia porque la sufre, no porque la descubra fuera de sí. Porque la sufre a su manera, como otros explotados sufren. Es el descubrimiento de la alienación en sí mismo y fuera de sí mismo”. Este descubrimiento es un momento decisivo para el intelectual. Hasta ese momento, su rol profesional o su saber le permite atender las demandas que el sistema le impone. Cumple con su tarea. No cuestiona lo que hace ni tampoco la inscripción de su labor en un contexto estructural y superestructural de máxima hostilidad. “Pero, si el intelectual no descubre constantemente su contradicción en sí, si no ejerce constantemente su oficio de intelectual, de científico o técnico de un saber práctico, es un marginal”. Esa marginalidad es la que asola y opaca a muchos de nuestros profesionales, técnicos y gestores políticos. Los neutraliza. Los captura y los coloniza en sus subjetividades.La abdicación de cualquier perspectiva de transformación emancipatoria es directamente funcional a la derecha, naturaliza el horror, la desigualdad, el status quo, sepulta las contradicciones, desinterpreta las demandas populares, fortalece un sentido común conservador, habilita retóricas, rutinas y prácticas y conduce necesariamente a la frustración colectiva. Sartre habla para la Europa del estado de bienestar, pero sus consideraciones atraviesan medio siglo invictas y son perfectamente aplicables a la coyuntura de América Latina.

(*) https://www.theclinic.cl/2017/11/17/entrevista-radial-sartre-1967-intelectual-vive-contradiccion-interior-lo-exterior/