Por Eduardo Luis Aguirre


La noción de populismo se ha transformado en la bestia negra de la filosofía política contemporánea. Denostada por las izquierdas de extracción marxista y utilizada por la prédica conservadora para establecer un significante universal de lo demoníaco en materia política, esta categoría navega entre el desconocimiento generalizado, los prejuicios y la escasa vocación de enunciar tesis explicativas accesibles que permitan reconocerla en sus trazos más elementales.



Como sabemos, el populismo no puede disociarse de uno de sus mentores fundamentales. Me refiero, naturalmente, a Ernesto Laclau y especialmente a su obra canónica “La razón populista” (2005). Como señala Jorge Alemán: “Después de Ernesto Laclau, el Populismo alcanzó una nueva complejidad teórica. Laclau produjo una ruptura con las categorías socio-históricas en las que el Populismo era pensado, para pasar a construir una teoría posmarxista y posestructuralista del mismo” (1).

Laclau nació en Buenos Aires en 1935. Hijo de un lúcido abogado cercano a las expresiones más populares del radicalismo de principios de siglo, comenzó su militancia política en los espacios tradicionales del socialismo que abrevaba en el pensamiento de Juan B. Justo, mientras iniciaba sus estudios de historia en la Universidad de Buenos Aires. Es posible presumir la influencia de un padre con un potente capital social y simbólico en la subjetividad política de su hijo que, en poco tiempo, desilusionado por las debilidades teóricas y la imposibilidad del socialismo clásico de interpretar las intuiciones, representaciones y demandas de las mayorías populares se asumió tempranamente como marxista, leyendo críticamente desde ese mismo momento los postulados y las líneas políticas predominantes de la izquierda clásica en la Argentina de los años sesenta.

A temprana edad se produce un cambio trascendental en su vida: conoce al historiador Jorge Abelardo Ramos, a quien consideraría sobre el final de sus días el pensador más influyente de la izquierda nacional del siglo XX (2). Aquel paso por las filas del Partido Socialista de la Izquierda Nacional marcaría a fuego la experiencia académica e influiría decisivamente en el pensamiento de Laclau. Allí, en el lapso que comienza en la finalización de su carrera de grado en 1964, su acceso a una beca del CONICET y un fugaz tránsito como docente de la Universidad de Tucumán, pueden encontrarse los primeros sedimentos de lo que sería posteriormente resignificado en su propia obra como populismo.

La denominada “Izquierda Nacional” era un espacio trotskista liderado por Ramos y Jorge Enea Spilimbergo, en el que militaban intelectuales de nota como Blas Manuel Alberti y Adriana Puiggrós, entre otros, que ensayaba una lectura latinoamericanista, profundamente nacional y frentista de la realidad argentina. Los libros de Ramos (“Historia de la nación latinoamericana”, “América Latina: un país”, “Revolución y contrarrevolución en la Argentina”, entre muchos otros) sostenían la tesis de que nuestro país no había realizado todavía la revolución burguesa y adolecía en consecuencia de una condición “semicolonial”. Por ende, era necesario apoyar, táctica y críticamente, los movimientos nacionales, populares, antioligárquicos y antiimperialistas que se habían dado en la región durante esos años. La idea de la necesidad de participar de un “frente nacional” era un reflejo de lo que consideraban la contradicción principal argentina, que por supuesto no era la clásica dicotomía burguesía-proletariado, sino el antagonismo (usamos en forma deliberada este concepto para luego memorar la analogía de su utilización una vez completadas las tesis populistas de Laclau y Chantal Mouffe) nación- imperialismo. Una disputa que había signado la historia de América Latina desde los tiempos de la colonia. Ese frente, que en buena medida había encarnado el yrigoyenismo, se expresaba definitivamente en la impronta movimentista y obrerista del peronismo. En él debían converger los obreros de un país en pleno proceso de industrialización, pero también la pequeña burguesía, los trabajadores rurales, los pequeños y medianos productores, la intelectualidad criolla y los sectores nacionalistas de las fuerzas armadas, en disputa histórica con el ala liberal del universo castrense. Era una suerte de sumatoria de sujetos políticos y sociales que, obviamente, exhibían contradicciones más o menos explícitas con la oligarquía terrateniente y el capital imperial. Un armado que debía conducirse desde una perspectiva “bonapartista” para sintetizar los matices que coexistían en su interior, hasta tanto se completaran las tareas nacionales inconclusas. Una vez realizadas las mismas, un partido revolucionario debería conducir a las masas al socialismo. En este punto podemos conjeturar una segunda analogía. La forma de concebir este frente remite sin demasiados esfuerzos memorísticos a la construcción de pueblo de la que hablaría Laclau cuatro décadas después, e incluso a la idea de hegemonía gramsciana a la que también recurriría al momento de explicitar sus estudios sobre el populismo.

Pero retornemos al recorrido académico de Laclau. Muy joven aún, de la mano de Eric Hobsbawm, hizo pie en la academia inglesa y luego obtuvo un doctorado en la Universidad de Essex. Por aquellos años, el PSIN se convertiría en el Frente de Izquierda Popular (FIP), que apoyaría la fórmula Perón- Perón en 1973 y obtendría casi un millón de votos. “Influido por aquella temprana militancia política de los años ’60 en la Argentina y por el análisis de buena parte del pensamiento crítico occidental contemporáneo –entre cuyos autores se destacan Gramsci, Wittgenstein, Althusser, Derrida, Foucault y Lacan–, Ernesto Laclau formuló la categoría analítica de identidades políticas nacionalpopulares inspirada por el movimiento peronista. Así explica cómo van conformándose las identidades colectivas alrededor de diferentes enfoques y cómo la incorporación de estos enfoques en identidades políticosociales más globales sigue formas hegemónicas, sin estar determinadas por un criterio de clase. Esta categoría constituye el punto de anclaje de su reflexión política posterior a la cual recurre a lo largo de toda su obra.

La versión inicial de estas ideas puede encontrarse en Politics and Ideology in Marxist Theory. Capitalism. Fascism. Populism (1977). En esta obra rescata el concepto gramsciano de hegemonía, pero enmarcado en el posestructuralismo de Derrida y donde también se nota la influencia de Foucault, Lacan y Wittgenstein.

En 1985 publica la obra fundadora del posmarxismo, Hegemony and Socialist Strategy. Towards a Radical Democratic Politics (en colaboración con Chantal Mouffe). En ella profundiza la deconstrucción del marxismo, transitando los temas centrales de la teoría y la praxis política marxista, tal como éstos se presentan en sus versiones más ortodoxas. Esta obra intenta rescatar la teoría y práctica política marxista de los ataques del neoliberalismo imperante en los ’80 y de los avances del posmodernismo en la teoría política. En “Hegemonía y estrategia socialista” se afirma definitivamente, a mi entender, la noción gramsciana de hegemonía en las narrativas populistas (3).

Ahora bien, la manera como se planta el tardío Laclau frente a las categorías del marxismo ortodoxo es otro de los puntos nodales que conviene revisar en cualquier aproximación que intentemos sobre el populismo que el autor actualiza. Está claro que el profesor de Essex prescinde de los esencialismos y ontologismos, de aquello que Jorge Alemán ha denominado el determinismo teleológico de ciertas lecturas de Marx. Pero en realidad, esto no autoriza a asegurar que exista una multiplicidad de versiones de Laclau. Lo que sí es posible constatar, es que el conocimiento y sus enfoques de la política y lo político están influidos por muchos análisis a los que echa mano, quizás por la influencia de la propia Chantal Mouffe, o sencillamente porque los saberes se enriquecen de recorridos previos y son siempre colectivos. Pero tampoco puede perderse de vista su disidencia histórica con el rol que su mentor criollo asignaba al partido revolucionario, de naturaleza clasista. Laclau recordó, en un homenaje al propio Abelardo Ramos, que nunca había podido hacer que el gran historiador de Nuesta América leyera a Gramsci. Seguramente, tampoco leyó a a Lacan ni a Heidegger. Y esas disferencias Laclau las señala desde el inicio de sus reflexiones sobre el populismo. En “Debates y combates” lo explica de esta manera: “La verdad es que mi noción del pueblo y la clásica concepción marxista de la lucha de clases son dos maneras diferentes de concebir la construcción de las identidades sociales, de modo que si una de ellas es correcta la otra debe ser desechada o más bien reabsorbida y redefinida en términos de la visión alternativa. Zizek realiza, sin embargo, una decripción adecuada de los puntos en que las dos perspectivas difieren” (4). Esto es lo que decía el “gigante de Liubliana” sobre este tramo del pensamiento laclausiano: “ La lucha de clases presupone un grupo social particular (la clase obrera) como agente político privilegiado; este privilegio no es el resultado de la lucha hegemónica, sino que se funda en la “posición social objetiva” de este grupo, la lucha ideológico-política se reduce así, en última instancia a un epifenómeno de los procesos sociales y poderes “objetivos” y a sus conflictos. Para Laclau, por el contrario, el hecho de que cierta lucha sea elevada a un “equivalente universal” de todas las luchas no es un hecho predeterminado sino que es el resultado de una lucha contingente por la hegemonía. En una cierta constelación, esta puede ser la lucha de los trabajadores, en otra constelación, la lucha patriótica anticolonialista, en otra, la lucha antirracista por la tolerancia cultural. No hay nada en las calidades positivas inherentes a una lucha particular que la predestine al rol hegemónico de ser el “equivalente genral” de todas las luchas” (5).

Los aportes y las conjugaciones teóricas de Laclau también han merecido esclarecedoras reflexiones de Horacio González sobre la genealogía de su concepción populista: "La teoría de Laclau parte de querer descifrar como enigma lo que estaba a la vista en la conjunción de las expresiones 'socialismo', 'izquierda' y 'nación', que fueron claves en los 30 años del partido de Jorge Abelardo Ramos”.

“¿Pero no sería un poco injusto interpretar a Laclau como alguien que apenas desarrolla en su máximo nivel posible un conjunto de tensiones que ya estaban involucradas en su experiencia política juvenil? Sí, es injusto, porque sus libros ponen en marcha un magnífico sistema de lectura, una maquinaria, que mucho tenía que ver con la experiencia de las articulaciones no conjugadas".

"Los dirigentes de su partido no tenían la idea de que las articulaciones no cerraban, trabajan sobre articulaciones cerradas -apuntó González-, y por lo tanto serían esencialistas. Laclau inicia muchos de sus libros con una profesión de fe no esencialista, eso lo lleva a su descubrimiento máximo, que estaba inscripto en toda la lingüística contemporánea: el significante vacío".

Desde esta perspectiva, Laclau "inventa una teoría que es fundamentalmente un gran aparato retórico, termina reconociéndose como retórico, es decir la ciencia fundante de cualquier intento de hacer ciencia social o política en el mundo contemporáneo: es el mundo clásico y el mundo antiguo que está entre nosotros".

"El pensamiento geométrico de Laclau busca permanente las grandes figuras de la retórica, que son figuras revolucionarias que ponen obstáculos a la idea de revolución. Ese es el gran drama nuestro: pensamos en la revolución y le ponemos obstáculos a nuestro propio pensamiento". "Laclau se hizo como intelectual en medio de una teoría de las articulaciones que quiso desplegar sobre la historia. Construyó toda una teoría sobre el enunciado, la enunciación, y sobre la capacidad de nombrar pueblos a través de la enunciación" (6).


En tiempos de luchas defensivas, donde la relación de fuerzas sociales mundiales es drásticamente desfavorable para los pueblos del mundo, es necesario,imprescindible, el replanteo de las izquierdas acerca de laviabilidad de la asunción del populismo como cartografía filosófica y política. Eso supone revalorizar al pensador que, recuperado el acervo más significativo de la izquierda naacional  resignificó como nadie la concepción del populismo, al que identifica atravesado por varias categorías filosófico políticas tan complejas como las lógicas de las identidades colectivas, la hegemonía, las representaciones, el pueblo, los significantes vacíos y flotantes, los agonismos, antagonismos, las demandas equivalenciales y la emancipación. Todas ellas, recreando una categoría polisémica, imprecisa, vaga, dinámica y por ende inacabada. Acaso el único entramado que queda en pie en la ardua tarea de la construcción de pueblo y la imaginación de un proyecto emancipatorio (7).




 

  1. Alemán, Jorge: “ El concepto de Populismo: una posición”, disponible en  http://www.derechoareplica.org/index.php/filosofia/992-el-concepto-de-populismo-una-posicion

  2. Acha, Omar: “Del populismo marxista al postmarxista: la trayectoria de Ernesto Laclau en la Izquierda Nacional (1963-2013)”, disponible en http://www.archivosrevista.com.ar.ca1.toservers.com/contenido/wp-content/uploads/2015/03/N3-Acha.pdf

  3. Ozollo, Javier: “El gran resignificador del populismo”, disponible en https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-244102-2014-04-15.html




  1. Laclau, Ernesto: “Debates y combates”, Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2011, p. 14.

  2. Zizek, Slavoj: “Against thr populit templation”, en Critical Inquiry, año 32, , 2000, citado por Laclau, op. Cit, p. 14.

  3. Rapacioli, Juan: “El legado teórico, político y retórico de Laclau según Horacio González”, disponible en http://www.telam.com.ar/notas/201510/122939-el-legado-teorico-politico-y-retorico-de-laclau-segun-horacio-gonzalez.html

  4. Aguirre, Eduardo Luis: "Reflexiones decoloniales", Arte Editorial Servicop, La Plat, 2017, p. 63