Por Hamlet López García (*)



El pensamiento de la complejidad, como marco teórico de referencia, ofrece comprender procesos con características particulares con los cuales los investigadores sociales estamos acostumbrados a lidiar. Estas son:

  • La no proporcionalidad entre las causas y los efectos.
  • El indeterminismo, o la imposibilidad de determinar el estado de un sistema en un punto determinado.
  • Impredictibilidad, o la imposibilidad de prever el estado futuro o la trayectoria de un sistema. O definir sencillamente como reaccionará.
  • Discontinuidad, cambios bruscos, saltos en el desarrollo y evolución de un sistema. (Munné, 2000)
Uno de los retos de trasladar el espíritu o mirada particular de la complejidad hacia las ciencias sociales, es encontrar las expresiones metodológicas adecuadas que, desde una perspectiva compleja, estudien los procesos sociales (Espina, 2007). Y por extensión, las elaboraciones teórico metodológicas que en el marco de las ciencias sociales trasciendan el uso de términos provenientes de las matemáticas, física o química (atractores, fractales, estructuras disipativas) como analogías o metáforas, para proponer visiones sustantivas, coherentes, reveladoras y esencialmente nuevas del mundo social.

En lo que sigue evitaré términos provenientes de las matemáticas y demás disciplinas mencionadas más arriba. Sin embargo me referiré a ciertas aproximaciones teóricas que, basados en conceptos originados desde las ciencias sociales o disciplinas afines, intentan atrapar lo específico y no reducible del mundo social. Según creo, estas aproximaciones evitan lo que los pensadores de la complejidad denunciarían como modelos lineales, reduccionistas o no holísticos.

El sentido del ejercicio, sin ser muy riguroso en su ejecución, sería mostrar otras salidas teóricas a la percepción de la no linealidad del mundo social. Estas posibles salidas traen como premios extras beneficiarse de no importar términos provenientes de disciplinas ajenas a las ciencias sociales, y de ser consecuentes con los usos retóricos de metáforas y analogías, ya que asumen que el mundo social es discursivamente construido, y por tanto interpretado. Se trataría de rescatar elaboraciones y modos de investigar provenientes de la psicología u otras disciplinas afines, que posean una perspectiva reconocible desde el exterior como compleja, sin usar los términos que han acuñado esta corriente.

Como psicólogo me resultan muy interesantes las características que propone Munné para el pensamiento no lineal, como el núcleo de lo que sería el pensamiento complejo. Porque las simétricamente opuestas son las que encontramos en la construcción imaginaria del yo. En la auto representación que nos permite orientar nuestro comportamiento y relacionarnos con los otros, en la manera que tenemos de concebir nuestra identidad, es habitual asumir implícitamente que existe una proporción entre las causas y los comportamientos que producimos como respuesta a esas causas. Nuestro comportamiento lo asumimos justo y coherente. De juzgarlas desproporcionada, entonces hay alguna otra causa desconocida, de magnitud igual o equivalente al comportamiento resultante, que es necesario encontrar, quizás con un poco de reflexión o con ayuda profesional. Respecto a la determinabilidad de un sistema, uno de los presupuestos básicos de nuestro comportamiento es que sabemos quienes somos y cómo somos en cada momento. Ello nos permite, por ejemplo, responder a responsabilidades, asumir nuevos compromisos, plantearnos retos y trazarnos planes. Porque sabemos quiénes somos y cómo somos es que podemos adquirir deudas y luego cumplirlas. No nos excusamos diciendo que "no sé muy bien si soy honesto o no, por eso no te aseguro que te devuelva el dinero mañana". No hará mucha falta hablar acerca del papel de la predictibilidad en las relaciones que sostenemos con nuestra subjetividad. Nos acostamos cada noche esperando ser los mismos en la mañana. Evitamos ciertas situaciones porque prevemos que reaccionaremos a ellas con consecuencias desagradables. Y buscamos otras porque nos estimularán. No sólo nos asumimos como una continuidad en el tiempo, sino que proyectamos nuestro futuro en base a predicciones que hacemos de nosotros ubicados en diferentes escenarios probables o imaginados.

Estas son características que hemos encontrado no solo los psicólogos, sino cualquier profesional de las ciencias sociales al tratar la sociedad o las subjetividades sociales con instrumentales y elaboraciones teóricas que suponen básicamente un objeto idéntico a sí mismo, con una identidad, o lo que es lo mismo, con un fuerte sentido de mismidad. Aún más paradójico cuando una de las causas del malestar del sujeto o la colectividad que acude a nosotros, radica en la fijación narcisista a esa identidad muerta, como un objeto frío y ajeno a la vida. Es innegable la utilidad de paradigmas, perspectivas o concepciones que nos permitan cuestionar la herencia cartesiana en nuestra forma de pensar, con la distinción radical entre un afuera y un adentro. Sin embargo, una de las dificultades de trasladar el espíritu o mirada particular de la complejidad hacia las ciencias sociales, ha sido encontrar las expresiones teórico metodológicas más adecuadas que, desde una perspectiva compleja, estudien los procesos sociales y trasciendan la mera declaración de preferencias epistemológicas. Aquí encuentran espacio las quejas acerca de una teoría de la complejidad restringida o expandida, la formalización y matematización de las teorías, y hasta el vaciamiento de sentido de algunas de las elaboraciones teóricas propuestas. Ciencias sociales como la Psicología, después de décadas de lucha por desprenderse de una visión positivista y matematizada del comportamiento humano, encuentran en la perspectiva de la complejidad expresiones que le resultan difíciles de asimilar como "estado de un sistema", "bifurcación" o "trayectoria". Que traen una fuerte carga semántica proveniente de las disciplinas donde nacieron, como la química o la física, y que con justicia ve el peligro de metaforización ineludible de los mismos, o lo que sería peor, la ignorancia de la riqueza terminológica y conceptual proveniente de la larga tradición en las investigaciones y pensamiento de las ciencias sociales.

En esta misma tradición radica parte de la respuesta. Como un acto de confianza se puede esperar encontrar en los recorridos de algunas disciplinas de las ciencias sociales respuestas que sin desprenderse de su herencia, vayan asumiendo progresivamente la complejidad intrínseca de la subjetividad humana. Primero exigiéndole más al aparato categorial que poseen: enriqueciéndolo, resemántizandolo. Luego trasladando el sentido de fidelidad desde el aparato categorial a las aproximaciones metodológicas. Y por último, si así fuera necesario, cambiando categorías y metodologías, pero preservando la intención racionalista de explicar los procesos sociales, aún al precio de cuestionarse a si misma como disciplina, en lo que se ha venido a nombrar reflexividad en las ciencias sociales.

Un ejemplo de lo anterior es la diversidad en las aproximaciones teóricas metodológicas al estudio de la identidad desde la psicología social. Diversidad que es posible ordenar (crono)lógicamente, con practicantes que coexisten en el tiempo y sin embargo pertenecen a tiempos lógicamente distintos en la construcción de un conocimiento social, que van desde los estudios de laboratorio, quirúrgicamente limpios, hasta las prácticas difusas y sumamente permeadas de emociones de la intervención social. Desde unas concepciones basadas en entidades definidas por sus fronteras (los grupos y las organizaciones); a concepciones definidas por relaciones como las redes o el deseo. Desde la materialidad de las variables hasta lo intangible del discurso.

Veámoslo más de cerca, pero haciendo énfasis en la progresiva disolución de la esencialidad de una categoría propuesta, su cada vez mayor dependencia de los contextos relevantes, y la aceptación paulatina de su naturaleza reconstruida y emergente, lo que puede verse en la trayectoria de la identidad como concepto dentro de la psicología social.

La teoría de la identidad social propuesta por Henry Tajfel (1984) aspira a desarrollar un modelo sistemático del grupo social, así como del comportamiento grupal e intergrupal. Integra procesos de categorización, procesos de comparación social, motivación para el auto desarrollo y las creencias de las personas acerca del comportamiento entre los grupos, para poder explicar cómo se comportan los grupos entre sí, así como la identidad colectiva y la identidad social (Hogg , 2001). Nótese en lo que sigue la sistematicidad del modelo propuesto, y especialmente las fisuras que comienzan a aparecer, sobre todo en la relación identidad-contexto relevante.

La teoría de la auto categorización de John C. Turner puede considerarse como un desarrollo posterior de la perspectiva de Tajfel (Turner & Reynolds, 2003) , haciendo mayor énfasis en los procesos de categorización.

Las personas en los grupos se categorizan a sí mismas y a los otros de acuerdo a los prototipos relevantes de los grupos de pertenencia o de los exogrupos. Los prototipos se forman de acuerdo al principio de metaconstraste: optimizar el balance de la minimización de las diferencias entre los miembros de un mismo grupo, y las diferencias entre el endo grupo y el exo grupo (Tindale, Meisenhelder, Dykema-Engblade & Hogg, 2001).

Los prototipos prescriben y definen la pertenencia a un grupo, en términos de las percepciones, actitudes, sentimientos, comportamientos… que comparten, de manera tal que maximizan la identidad del grupo. Son representaciones compartidas del endo y exo grupo. Por ello al categorizar a alguien como miembro de un grupo perceptualmente se le asigna al endo o exo grupo relevante y a la vez se le despersonaliza. Es decir, pierde sus características idiosincráticas, para asumir las del prototipo. El yo pasa a ser un yo colectivo, y las actitudes, sentimientos y comportamientos sostenidos se asimilan a las normativas del grupo (Hogg , 2001).

¿Cuándo el prototipo resulta psicológicamente relevante para la auto percepción y el comportamiento? Los sujetos, motivados por la auto estima y la reducción de incertidumbre, categoriza el contexto social de acuerdo a categorías crónicamente accesibles en la memoria (por ejemplo porque son atributos del auto concepto importantes, muy valorados y frecuentemente empleados), o hechos accesibles por el contexto inmediato. La categoría hace saliente qué es lo que cuenta como diferencias y similaridades relevantes entre las personas de acuerdo al contexto (ajuste comparativo), cuáles de estas similaridades y diferencias son acordes con el significado social del contexto (ajuste normativo), y cuáles satisface mejor la auto estima y la auto evaluación. Una vez activada la categoría sobre la base del ajuste óptimo, la categoría es usada para acentuar las similaridades en el intra grupo y las diferencias entre los grupos, maximizando la separación y la distinción. La auto categorización de acuerdo al intra grupo activado despersonaliza el comportamiento y el yo pasa a ser un yo colectivo (Hogg , 2001).

Resulta llamativo que la teoría de la auto categorización explique la pertenencia grupal principalmente sobre la base de procesos automáticos intrapsíquicos: la percepción, incluso la percepción de la realidad social, para esta teoría es algo que acontece dentro del individuo. (Hogg , 2001; Marina, 2003). De esta manera la realidad social resulta evidente de por sí, no ambigua y es susceptible de ser procesada casi computacionalmente. Parece prudente asumir lo contrario, que las categorías sociales no están fijadas ni son estáticas, sino que son flexibles, que no sólo hay una vía que va desde la realidad social hasta la categorización social, sino que ambas, más que relacionados por un diálogo, son disputados por diferentes grupos, ya que la naturaleza de la categorías sociales están abiertas al cuestionamiento. Por ejemplo: ¿los investigadores de la cultura son científicos? ¿Los parapsicólogos son científicos? ¿Qué responderían a esto un investigador de la cultura, un psicólogo, un físico? ¿Y si se estuviera discutiendo un plan de formación universitaria o la asignación de presupuesto para la investigación? La realidad social es raramente transparente o no ambigua, y las categorías sociales con frecuencia son objeto de fuertes disputas entre diferentes grupos, donde lo primero que se pelea es por el contexto de significación y por las categorías sociales relevantes. De esta manera, las categorías sociales pueden ser relacionadas a proyectos de influencia colectiva (Marina, 2003). Las categorías son flexibles, pero además, están construidas y representadas desde el lenguaje. Por ello necesitan de un análisis al nivel retórico.

El foco propuesto de análisis es cómo son discursivamente construidas las categorías sociales (Marina, 2003), y el modo en que ellas apelan al acuerdo del sujeto. De esta manera, y de acuerdo a como propone la teoría de la auto categorización, las categorías sociales serán construidas de tal manera que maximicen los atributos con los cuales puedan identificarse los sujetos receptores. Pero además se usarán otros recursos retóricos que van más allá de la categorización social, muchos de ellos estudiados por la psicología social del discurso (Edwards & Potter, 2001; Garay, Iñiguez y Martínez, 2003).

De esta manera la identidad es discursivamente construida y puesta en relación a otros relevantes. Es más, el yo es narrado (Gergen, 1998). Los eventos, procesos e intenciones del sujeto individual o colectivo son puestos en un orden temporal que los articula además de darles un sentido, proporcionándole un marco compresivo hacia los demás y hacia el sujeto. Y esta narración está altamente contextualizada, en función de las categorías relevantes para la acción del sujeto. Tajfel consideraba en sus elaboraciones un modelo de identidad bi unívoco, con un nosotros y un ellos. Pero en situaciones más cercanas a la vida real, donde los contextos de actuación son múltiples y simultáneos, las identidades construidas por el sujeto casi alcanzan el estatus de identificaciones, por su puntualidad y fugacidad, disolviendo cualquier pretendida esencialidad más allá de la intencionalidad discursiva del sujeto (Reicher, 1996)

Si se asume a la identidad una práctica discursiva como cualquier otra, se sigue la necesidad de entenderla como situacional, construida y dependiente del contexto. No habría una entidad natural llamada "identidad" existente fuera del discurso ni de las relaciones sociales. Tampoco una entidad estable, unitaria o coherente. Pueden cambiar, como cambian y son flotantes componentes tan importantes de la identidad como son las actitudes (ver estudio de Wetherell y Potter, 1996). La construcción de la identidad, de quienes somos y de quienes son los otros, sería una construcción discursiva, dependiente y pertinente a ciertos contextos de argumentación, como los de encuentro con el otro. Y sería una práctica discursiva peculiar, porque como demostrara Joyce en el último capítulo del "Ulises", también responde al dialogo interno que sostenemos con nuestro yo, a la multiplicidad de voces que nos compone (Gergen, 1998b).

Aquí se ubica un posicionamiento clave para los modos en que se piensa y atiende a la subjetividad humana. Y es importante como divisor de aguas, porque establece en gran medida con cuales presupuestos epistemológicos trabajaríamos.

Por un lado está considerar al lenguaje, el que usamos para comunicarnos entre nosotros, como un transmisor potencialmente fiel que nos está testimoniando, nos da a conocer lo que acontece realmente en la mente del que nos habla. Se puede asumir entonces que el lenguaje es reflejo de los pensamientos, necesidades, motivos y cualesquiera otras entidades que quisiéramos poner dentro de la cabeza de nuestro hablante. Por tanto el punto de partida metodológico es: Existen individuos que poseen subjetividad, y estos se comunican entre si por medio del lenguaje.

Si consideramos que el lenguaje es un simple instrumento para expresar y hacer pública nuestras ideas, entonces se justifica el tomar términos y nociones psicológicas que se usan cotidianamente tales como creer, recordar, conocer, querer, etc… y enfocar investigaciones sobre las características, dimensiones y propiedades de las creencias, los recuerdos… o cómo se pueden demarcar frente a otros procesos intraindividuales, o cómo interactúan entre ellos (Garay, Iñiguez y Martínez, 2003). Lo que provoca casi inmediatamente generar un vocabulario de causas y variables, y la construcción de más o menos sofisticadas estructuras teóricas acerca de supuestas maquinarias subjetivas que estarían andando dentro de nuestras cabezas, sujetas al libre examen y al ingenio investigativo de quien nos haga hablar (Potter, 1998).

Varios temas clásicos se desatan a partir de aquí: distinción entre sujeto investigador y objeto investigado. Distinción entre teoría, como conjunto de enunciados acerca de ese objeto, y la metodología como procedimientos para cercar ese objeto y extraerle información. La distinción entre conocimiento puro y aplicado y otras tantas. Resulta llamativo que la distinción no resulta de la manera en que se conciba la existencia de ese objeto (puede ser de diversas maneras: simple, complejo, continuo, discontinuo, caótico, ordenado, etc…), sino en la concepción como objeto, diferenciado de un sujeto investigador.

Por el otro lado está considerar al lenguaje como constructor de estas entidades y en general de nuestra realidad (Garay., Iñiguez y Martínez, 2003; Edwards y Potter, 2001). Si se asume que el lenguaje es una práctica social, entonces lo mental es social en un sentido radical: Lo psicológico no es un producto de las mentes individuales, sino el resultado de la participación en interacciones sociales. Por ello, en lugar de esforzarse en que la definición de términos como "memoria", "comprensión" o "identidad" sean análogos a los objetos que nombran, quizás fuera posible tener acceso a los significados que contienen si se examinara el uso que se les da en las relaciones sociales, como parte del discurso cotidiano: Qué efectos discursivos provocan, qué acciones sociales permiten o dificultan y cómo contribuyen a la conservación o cambio del orden social (Ibdem).

Hay otras perspectivas para considerar dentro del campo Psi en el estudio de la identidad, que cuestionan cualquier modelo esencialista y determinista. Especialmente interesante es la perspectiva del psicoanálisis lacaniano, con su crítica explícita al sujeto cartesiano.

La frase "pienso, luego existo", piedra iniciática del racionalismo moderno, guarda para un psicólogo varios detalles muy interesantes. Resulta notable, por ejemplo, que en el inicio de un sistema reflexivo que establece como necesidad la claridad de las ideas y el pensamiento metódico, como primer paso establezca el reconocimiento de una existencia que sostiene una identidad: "… luego existo". Además, presuponga que esa identidad, y el reconocimiento de esa identidad estén fuera de toda duda. Diríamos ahora: es transparente: para cualquiera que se detenga a pensar, debe serle evidente qué es, y que está pensando. En tercer lugar, que sea una identidad reconocida, y reconstruida, en el mismo proceso de pensamiento. Anoto al paso: reconocida y reconstruida en un proceso de pensamiento discursivo. Como si añadiéramos unas comillas a la frase, y quedara entonces: Pienso "luego existo". La cuarta, última pero no menos importante, es que esa misma frase establece una fractura, una hendidura, entre el ser y el reconocimiento de ese ser, constituyéndolos como dos tiempos lógicos donde el segundo presupone al primero. No coexisten, sino que uno constituye al otro. Usa al lenguaje para nombrar al ser. No de cualquier manera, sino de una manera deductiva. Y no cualquier ser, sino el suyo:

…si yo estoy persuadido de algo, o meramente si pienso algo, es porque yo soy. Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña, es que soy; y, engáñeme cuanto quiera, nunca podrá hacer que yo no sea nada, mientras yo este pensando que soy algo…(Meditaciones metafísicas con objeciones y respuestas Alfaguara, Madrid 1977, p. 23-24. Textos de Diccionario Herder de filosofía)

El psicoanalista francés Jacques Lacan, en su escrito La instancia de la Letra (1957), hace notar esta fractura, y hasta ironiza un poco con ella: "pienso donde no soy, luego soy donde no pienso", glosa Lacan. Se apropia así del giro lingüístico que se estaba apoderando de la sensibilidad del siglo XX, y acertó a renovar y formalizar con él al pensamiento de Freud. Quizás porque como psiquiatra y psicoanalista practicante, estaba acostumbrado a escuchar atentamente, y a reconocer en los dichos de sus pacientes aquello que quedaba siempre por fuera, y que estos desesperaban de poder atrapar. Probablemente porque desde un inicio consideró como un asunto bastante opaco, no digamos la identidad y su reconocimiento, sino el mismo discurso en sí. Lo que enunciaban sus pacientes, creyendo saber lo que decían, y decir lo que sabían. En esa fractura entre el ser y su reconocimiento se agazapa el malestar del sujeto.

A partir del reconocimiento de la opacidad del ser para los propios sujetos que llegaban a su consulta, y apoyado en la tradición psicoanalítica de apostar por un saber que radica más allá del consciente, construye una conjunto de conceptos que intentan atrapar ahora no la fugacidad, sino lo fantasmático de las identificaciones del sujeto. No sólo lo imaginario, sino lo anudado en el orden del lenguaje por el deseo y el goce. Para el psicoanálisis, por trabajar con el goce, definido por su rebeldía a la ley, a las reglas, no le resulta extraño la desmesura, lo pantagruélico, lo que se sale de orden y la previsibilidad. De hecho trata de encontrar el sujeto como lo que queda después de las múltiples identificaciones de las que sufre. Lo propio del sujeto es lo no predecible. Lo que se sale de las categorías del otro, de los nombres dados por él. El sufrimiento del sujeto, el malestar, al menos cuando termina en una consulta, sobreviene cuando ya no le es posible seguir ignorando las acometidas del síntoma, que le irrumpen como algo desconocido, pero que le exigen reconocerse como algo potencialmente sin nombre, sin predicción posible, y además hacerse responsable por eso.

Es esta postura el que le permite al psicoanálisis acoger síntomas contemporáneos de lo que está por fuera de la norma, y que es desmesurado, impredecible, discontinuo: las urgencias psiquiátricas, las drogadicciones, las anorexias y bulimias, las explosiones de violencia. Malestares que también son atendidas desde otras disciplinas del campo Psi e incluso de la salud mental, pero que no pueden articularlo con una circunstancia epocal, con una naturaleza del sujeto, y por tanto lo considerarán como ruidos: será lo extraño y disfuncional de un sistema concebido como predecible, continuo, determinado y esencialmente armónico, donde lo accidental es justamente eso: algo que es exterior, ajeno, y que bien pudo no ocurrir.

Con opacidades y cosas que resultaron no ser tan transparentes como se pensaba en un principio, estamos acostumbrados a tratar en las ciencias sociales. Casi diría: es el pan nuestro de cada día. Para ello se han elaborado numerosas proposiciones teóricas, marcos referenciales y posturas epistemológicas. Pero es un movimiento contrario al sentido común. El mundo social, no en el sentido general, sino en el de aquí y ahora de cada uno de nosotros, lo suponemos bastante transparente. Es lo que nos ayuda a orientarnos en él. El mundo personal también lo suponemos bastante transparente. Ambas se hacen presentes por medio de la identidad, ya sea social o colectiva. Es el esfuerzo consciente del investigador de la vida social el que se obliga a opacarlo, a preguntarse por lo obvio, por el aire que sostiene el vuelo de la paloma.

Los dos ejemplos mostrados, que muy probablemente puedan ser más, muestran como a través de una reflexión consecuente acerca de la identidad, se llegan a conclusiones muy alejadas de las transparencias propuestas por el modelo continuista y predecible heredado de las ciencias tradicionales y que se ha sedimentado en el sentido común. Y no sólo hacen a un lado terminología e ideología positivistas, sino que proporcionan las herramientas conceptuales para criticarlas y darles un sentido dentro de la economía subjetiva, para trazar un más allá de sus límites, sin herencias o modelos provenientes de las ciencias llamadas "duras".

Pero falta aún una vuelta de tuerca más.

El investigador social no es un sujeto esencialmente diferente del resto. Está atrapado en, y es sujeto de, los discursos sociales (Iñiguez y Pallí, 2002). La particularidad es que estos discursos sociales son los mismos que conforman a los sujetos que estudia, la validez y legitimidad de los métodos que usa y las instituciones que los distribuye. No hay un "fuera del lenguaje" que permita corroborar la correspondencia entre lo que afirma y los objetos sobre los que realiza sus afirmaciones.

El investigador produce, legitima y distribuye interpretaciones acerca del mundo social, interpretaciones que deben servir para sostener o diseñar políticas institucionales, grupales o individuales. Estas interpretaciones tienen un efecto en lo social y sobre el mismo investigador, como mínimo porque ubican y validan a un otro desde la práctica discursiva, le da una posición y un lugar de enunciación posible. Lo constituye como objeto de reflexión. Y además instituye a Otro (Lacan, 1989), ahora con una mayúscula, como fuente de legitimidad para lo que afirma. En ese Otro, tercer participante en todo diálogo, depositamos las reglas que hacen legibles y válidas nuestras pretensiones, y que sostienen nuestra creencia en la comunicabilidad de nuestros enunciados. Es un Otro capaz de ser impuesto, estableciendo modos de producción de saber, temas y repertorios como los únicos válidos y legítimos. En algunos casos este Otro será la academia, en otros será la "opinión pública", pero casi siempre manteniendo una fractura entre el objeto de investigación y lo que legitima esa investigación.

Reconocer lo anterior implica buscar definiciones conceptuales y metodológicas que trasciendan las habituales dicotomías entre sujeto / objeto, teoría / metodología, investigación básica / investigación aplicada… Por este camino es posible realizar un doble movimiento: Desde el punto de vista del investigador, dejar de preguntarse por objetos, por ejemplo individuo, pero pudiera ser grupo, o colectivo… que contienen ciertas entidades con propiedades y funciones que interactúan entre sí, por ejemplo motivaciones, actitudes, prejuicios…; y comenzar a preguntarse por las condiciones epistémicas que hacen posible la interacción entre dos o más sujetos en una práctica discursiva, y que hacen emerger sentidos a partir de significantes como "creer", "pensar", "comprender", etc. Es decir, un movimiento de ascenso hacia un mayor nivel de abstracción en el estudio del proceso social, apoyado en un concepto relacional como es el de práctica discursiva.

Y el segundo movimiento, ahora desde el punto de vista de la investigación, es el traslado de la atención desde el comportamiento hacia los textos. Desde un supuesto hecho a la interpretación de los hechos. Y este es otro movimiento de ascenso, desde la afirmación autoritaria de un enunciado sobre un hecho, hacia la propuesta ética de un enunciado posible. Donde la responsabilidad, es decir, la capacidad de dar respuesta por esa afirmación, es compartida y quizás asumida por cada uno de los sujetos participantes de manera diferente.

Este es un movimiento que va desde la postulación de supuestos hechos que validan una determinada interpretación de la realidad, hacia la solicitud al sujeto de una postura ética, que le haga asumir la responsabilidad por las consecuencias de su decir. El giro lingüístico en las ciencias sociales, puede ser interpretado como el inicio de un giro ético hacia el sujeto. Trasciende los ejes de oposiciones continuidad / discontinuidad, predictibilidad / impredictibilidad, determinismo / indeterminismo, orden / caos… dicotomías que tienen sentido en el imaginario formalizador de una ciencia normal, para establecer otros ejes de oposición: texto / discurso, enunciados / interpretaciones, deseo / sujeto / lenguaje… aun por explorar en todas sus consecuencias.

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(*) Psicólogo. Universidad de La Habana. Publicado originariamente en www.filosofia.cu